sábado, 12 de outubro de 2019

Principios

Duro oficio el de vivir. Medio sin darme cuenta y al mismo tiempo sabiendo exactamente lo que hago y por qué lo hago, una y otra vez vuelvo sobre lo mismo. El basural que parece haber ocupado el escenario nacional y en cierta medida mundial también. Esa especie de nube gris de indiferencia, mecanización de las relaciones, vaciamiento del presente, que es como que una especie de menú obligatorio que nos quieren obligar a tragar. Esta es una de las razones que me mueve a insistentemente venir a la página a decir que no. No a la abolición del valor de la vida. No al descarte del tiempo presente como si fuera algo despreciable una vez instalada la distracción programada. El celular en la mano y el androide caminando. Poco nos escuchamos unos/as a los otros/as. La vida es hasta el final. Cada minuto cuenta. No tengo tiempo ni ganas de perder la vida que tanto me ha costado recuperar en su integralidad (la totalidad de las partes que me constituyen) y en su integridad (la cohesión que da sentido al todo que soy) haciendo de cuenta que da lo mismo una cosa que otra. Cuidar al niño renacido. Este es el trabajo. Resistir a la barbarie que consiste en vaciar la palabra y el lenguaje vaciando así la relación humana y la propia vida es tarea continua y colectiva. La vida plena es una actividad intencional y persistente. Es un rescate continuo de la propia historia personal y familiar. Una revalorización contínua de lo que es esencial e innegociable. ¿O será que no he aprendido nada con mi historia? Me dirán ¿qué hacer frente a la criminalidad que se enseñorea con aires de impunidad soberbia en los más diversos ámbitos incluyendo por supuesto el judicial, periodístico, político, económico? Fortalecerse más y más en aquello que es perenne. Aquello que el dinero no puede comprar ni puede ser impuesto a la fuerza. La propia vocación y misión. La inalterable certeza de que una vida mantenida con lealtad a la propia conciencia y auténtica es la máxima conquista a que podemos aspirar.