Noche en que el
sueño parece haberse quedado un poco más allá. La mente va
tejiendo, juntando, uniendo. El rompecabezas se va formando. No hay
palabras que no haya tenido que escuchar. Todas tienen sentido.
Crucigrama. Mandálicamente, yo. Escribo y leo. Mato una cucaracha
que intenta merodear impunemente. Temer ensucia la pantalla de TV.
Menos mal que están los libros. Allí me puedo refugiar de cualquier
cosa indeseable que pueda llegar a aparecer del lado de acá. Nunca
me canso de repetir que esto se lo debo a mis padres, que desde
pequeños nos introdujeron a mí y a mis hermanos en este mundo
mágico de la lectura, que después se hizo escritura, se sigue
haciendo escritura lectura escritura. Lectura. Las letras unen lo
disperso. Fragmentos se unifican en palabras. Los libros que he ido
escribiendo a veces son una sola palabra, una frase, una sensación.
Un color. Reúnen historias y afectos. He ido rehaciendo mi vida a lo
largo de las hojas escritas y leídas. Me rehago al leer escribir.
Por eso Julio Cortázar y Machado de Assis. Y todos los otros
escritores y las escritoras que fueron formando ese puerto de llegada
y de partida. Ese lugar de estar y de ser que es el leer escribir.
Escribir leyendo. La noche se va haciendo día y entonces las letras
van subiendo esa especie de cuesta del sol que a estas horas de la
madrugada ya ha de estar siendo recorrida. Hasta que la luz aparezca
en las ventanas y sepa que ya es de día. Que hay otro día aquí y
yo en él, en este pedazo de tiempo que va mirando a los recuerdos y
a lo que está aquí. Entonces la jornada en Campina Grande otra vez.
Una y otra vez. Como si fuera la imagen de un libro que uno va
mirando página a página hasta ponerse en movimiento. Han pasado
solamente algunas horas y parece que aún estoy en esa ruta.
Volviendo a casa. La gente escuchando las conferencias en el local
del congreso de salud. Un congreso son todos los congresos. Un día
son todos los días, es un único día. La imagen de la casa de la
calle Julio Leonidas Aguirre vuelve con más nitidez. Infancia. Ya no
es un recuerdo sino un lugar donde estoy. Presencia. Azul. Celeste.
Blanco. Verde. Los malvones en las macetas del patio. Las baldosas de
mosaico ajedrez. Ese tiempo que no pasa. Tiempo feliz de la niñez.
Eterno. Eternamente vuelve uno a ese tiempo detenido, inmóvil,
pleno, feliz. De juegos en la acequia con barquitos. Y autitos en las
rutas de barro que uno mismo hacía con sus manos. El trompo azul. El
auto rojo, que es una Ferrari. Las revistas mexicanas que
intercambiábamos con los chicos del barrio. La higuera de la calle
Juan B. Justo. No tienen fin sus arduos corredores. La frase
de Jorge Luis Borges resuena.
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