Pocas veces en mi vida he estado más conectado que ahora en
tiempos de “asilamiento” social. La sociabilidad tiene muchas maneras de
realizarse. La participación frecuente en rondas virtuales de TCI repone en mí
un sentimiento de pertenecimiento. Unión. Unidad. Estar juntos. Hacernos juntos
y juntas. Respiro mejor. Pierdo una sensación de extrañeza que todavía por ahí
tengo. Una cierta dificultad de reconocer y aceptar ciertas facetas de mi ser.
Me integro en un espacio comunitario donde reencuentro personas queridas y voy
conociendo otras nuevas. Me permito disfrutar del placer de contemplar algunas
personas que admiro intensamente. Esto reaviva mi alegría de vivir. Me doy
cuenta de que formar parte de este movimiento de alfabetización emocional y
reconstrucción de la persona, me fortalece, me anima, me sostiene y alimenta.
Son tantas las rondas que a veces parece que vivo rodando. Por suerte es un
rodar centrado y con dirección. Se va aclarando el sentido de las palabras y de
la comunicación clara. Encuentro mi lugar en un colectivo que tiene un valor
extraordinario, en su simplicidad y efectividad, mayormente en una
circunstancia como la actual, en que es más importante que nunca estar con. Los vínculos, el
enraizamiento, los afectos. Ayer me reía conmigo mismo al ver en la pantalla
del computador algunas amigas por quienes tengo un aprecio especial. Es un raro
privilegio para un apreciador de la belleza poder disfrutar de la contemplación
de obras de arte que la propia naturaleza crea. ¡Cómo es necesario que nos
permitamos testimoniar el milagro de la vida! Recuperar aquella condición
infantil que cura, de estar jugando en el mundo, no cargándolo en la espalda.
Algunas hablas profundas y sensibles me dejan en estado de éxtasis. La lucidez
de algunas personas es prodigiosa. Esto es lo que sobrevive y permanece. Es la
luz que nunca se apaga. Los golpes pasan. El autoritarismo pasa. La vida
vuelve, siempre está volviendo. Y al final estamos más fuertes que nunca.
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