Pronto llegará el sol, a pintar de colores el cielo. Lo
vivido en estos días de convivencia familiar, me llama a querer decir algo. La familia
me da seguridad. Es como un nido en el que me asiento y vivo. Son como hilos tenues
que me constituyen por dentro. Cuando me abro a la convivencia con amigos, y con
personas próximas, me doy cuenta de que este tejido de luz interior sólida, es
más grande. La familia es más grande. En estos días pasados, se reunieron mis familias
argentina y brasileña. No la totalidad, pero sí quienes pudieron hacerse
presentes en mi casamento con María, en Carapibus, Conde, Paraíba. Me doy
cuenta de que algo se fortaleció aún más. Unidad. Las conversaciones se van
juntando. Este es el mundo real. Aquí no vale lo que se disemina desde las TVs
o las redes sociales. Aquí hay proximidad, acercamiento, confianza, alegría,
fé. Nacen niños. Nos renovamos los que tenemos más edad. Aquí es la vida, la
esperanza. La vida da muchas vueltas. Sin duda. Mucho ya he vivido, desde el comienzo
de mis días. Y lo que puedo decir es que ahora, en este instante en que sigo
esperando al sol, es que vale la pena esperar. Vale la pena esperar que llegue otra
vez la luz. La vida está siempre recomenzando.
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