sábado, 30 de dezembro de 2017

“Vive presente a tí como has vivido,” dice un poema que mi madre me envió por correo, antes de partir. Esta mañana recordé estas palabras, mientras cuidaba del jardín. Veía las flores de hibisco, esplendorosas. Admiré su belleza. Seguí la jornada, cuidando de las tareas domésticas a mi alcance. Me consuela sentir cerca a mi madre. Ahora sus palabras y su presencia son aún más fuertes. Mi madre admiraba las flores, lo bello. Es un camino a Dios, y ella lo siguió. Supo dejarnos señales, para que también pudiéramos ir por ahí. Al volver a Tambaú, de Carapibus, admiraba con María, la belleza circundante. Belleza del paisaje, de flores y cielo. Verde y gente simple, que vive de un modo que me va sanando. Leo Cecília Meireles, y su lectura me integra en esta eternidad tan bella de la cual formo parte. Flores, color. Imágenes. Un mundo anterior y sucesivo. Ya me aliené bastante de todo esto tan hermoso que me hace bien, en nombre de no sé qué supuestos ideales que debería seguir. Esos ideales no son míos. Yo no vivo de odio. No vivo de bronca. Yo vivo de amor y de belleza. Belleza de mi familia, que es vasta y digna. Correcta. Correctísima. Belleza de lo que he venido aprendiendo de mí mismo y de la vida, en la Terapia Comunitaria Integrativa y en el evangelio del Señor Jesús Cristo, que se confunden con la vida misma. Belleza del arte, que me devuelve mi propia cara, como bien dice Jorge Luis Borges en “Arte poética.” Van Gogh. Girasoles. Soles. Música. Todo gira y dá más vueltas. Ha nacido mi nieta Julia. Mi nieto Luis Ignacio me renueva. Nada me va a robar la alegría de esta vida nueva. Vida devuelta. Renovida. 

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