La vida es una lucha. Extremamente desigual para los/as de abajo, para
quien trabaja, quien crea. Los sectores parasitarios y privilegiados tienen
todo a su favor menos la ética. Disfrutan de ventajas, inmunidades, impunidad. Violan
los Derechos Humanos como si de hecho no pertenecieran a la raza humana.
Para los trabajadores/as y para el
pueblo, resta la miseria, el hambre, la precariedad. Nada obliga a que esta
situación se perpetúe. Al contrario, si de hecho queremos recuperar una condición
humana universal como está enunciada en la Declaración de los Derechos Humanos,
tendremos un arduo trabajo por delante.
No se trata solamente de gobiernos abierta
y declaradamente nazis, lo cual ya de por sí debería ser una señal de alerta internacional,
sino de una situación estructural del sistema capitalista, que garantiza la
continuidad de la exclusión, la miseria, el hambre y la ignorancia.
En otras épocas había un énfasis en
el sentido de garantizar el acceso de la población a la educación y a la
cultura. Deberemos empeñar todo nuestro esfuerzo en esa dirección.
No podemos quedarnos de brazos cruzados
frente a uma situación en que las autoridades nacionales son abiertamente en
favor de crímenes contra la humanidad como la tortura, la discriminación por
orientación sexual, la persecución a personas por su creencia religiosa.
Se trata de una dictadura de la peor
especie, un régimen de terrorismo de estado apoyado en la ignorancia y en el prejuicio, en la perversión del lenguaje y de
la comunicación, en la inversión de los valores.
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