segunda-feira, 28 de fevereiro de 2011

Lecturas, lugares

Hay veces que me pongo a pensar en La caída de la Casa de Usher, que ha sido traducido también como La caída de la casa Usher. Cuando pienso en este cuento de Edgar Allan Poe, me admira su maestría, su manera de llevarnos a ese lugar, que talvez haya existido solamente en su imaginación. Pero decir esto es decir muy poco, o, peor, puede ser que uno esté rebajando la imaginación del autor a un lugar secundario, lo cual no es en absoluto mi intención. Lo que quiero señalara es que al evocar el relato sobre la caída de la casa de Usher, vienen a mi memoria los recuerdos de la llegada del personaje a las cercanías de la Casa Usher, adonde llega a caballo, mira el foso lleno de agua, el reflejo de la pared sobre la superficie, y una grieta que desciende hasta perderse en la superficie del agua. La maestría del autor está en irte llevando hacia adentro de la narrativa, a llegar vos también a ese lugar que ahora ya vas conociendo, se te va haciendo más y más familiar cada vez que lo leés, hasta que ya se puede decir que, de algún modo, sos un socio en esta narrativa. No hay narrativa sin lectores, y tú eres uno de ellos, o una, si sos mujer. Y no te preocupes si ahora está escrito vos y enseguida tú, o si hay cambios en la persona que escribe. Si cambias tú, que lees, ¿por qué no habría de cambiar también quien esto escribe? Lo que me admira, lo que no deja de maravillarme, es el arte del escritor, que de su imaginación, o quién sabe de qué lecturas, construye lugares que se hacen reales para personas que él nunca conocerá, talvez, o con certeza. Este relato de Poe, sobre la Casa de Usher, lo leí hace mucho tiempo, pero hoy, al recordarlo, me lleva al mismo lugar que la primera vez, o que las primeras veces. Lo lindo de leer cuentos de buenos autores o autoras es que al leerlos, se va borrando la distinción tan aparentemente real entre yo y el otro, entre esto y aquello, entre realidad y ficción. Las fronteras son artificiales, como las fronteras nacionales. A medida que me voy metiendo en los relatos de los libros, me voy diluyendo en la realidad que me rodea, me voy haciendo uno con ella, y esto es muy lindo. Ya el mundo no es tan otro, no está tan fuera de mí. El autor o la autora, nos traen el mundo para adentro. Pero aquí me estoy refiriendo únicamente a los relatos de ficción, no a todo tipo de escritos o de libros. Los relatos ficcionales tienen la virtud de la inutilidad. No se lee para adquirir alguna ventaja sobre los demás, para parecer más sabio o instruído. Se lee, al menso leo, creo, más para divertirme, para volver a ser uno con el mundo que me rodea, para expandir mi conciencia, para aprender, qué se yo, tantas cosas que sería imposible enumerarlas a casi todas. Yo creo que los autores de libros de literatura, son benefactores de la humanidad. Son creadores de mundos a los que amablemente nos invitan a entrar, a los que van llevándonos con nuestra complicidad, con nuestra concordancia, si me permitís la expresión. Y la literatura tiene también, la virtud de ir borrando las fronteras que nos separan de otras personas, de otros pueblos, de otras culturas, de la realidad externa, como ya dijimos. Entonces, si somos más unidos al mundo externo al leer, es muy bueno que más y más gente lea cada vez más. Un mundo de lectores y lectoras. ¿Qué te parece? Es muy lindo. Y sanseacabó.

La vida pasó adelante

Cuando veo los ojos de los jóvenes y veo
En ellos la luz que me alumbró cuando mozo,
Me alegro pues veo que la vida pasó adelante.

Cuando veo manos juveniles levantando las antorchas
Más allá de donde las dejamos los más viejos,
Me alegro pues veo que la vida pasó adelante

Cuando veo la esperanza que animó mis años juveniles
Seguir hacia el horizonte adonde me llevan mis pasos hoy,
Me alegro pues veo que la vida pasó adelante

terça-feira, 15 de fevereiro de 2011

Reuniendo

Hacía días que no escribías nada. Ahora las palabras venían, como queriendo decirte algo, como queriendo decir las cosas que viviste en este tiempo, estos días, este pedazo de vida comprendido entre el tomar el avión y esa hora en que escribes estas cosas. Era una tarea que dejabas que se realizara por sí misma. Como si desde algún lugar del universo la vida pudiera montarse, pudiera armarse en un rompecabezas que reuniera todos estos días en una sola hoja, en una sola narrativa. Talvez en una sola palabra. Una sola letra, un signo. Talvez pretendieras demasiado. Talvez no. En fin. Clarines de guerra y malvones. Glisinas. Las intermitencias de la muerte. Aviones. Expectativas. Gente nueva, procesando viejas heridas, que cada vez duelen menos. La vieja casa donde viviste tantos anos. La primera casa en la ciudad. Las veredas, los autos, la polución.

Encuentros y desencuentros. Ahora ella lee Saramago a tu lado y tu padre en la sala. El mate. La televisión. Tu amigo de tantos años, esta mañana, ayer a la tarde, caminando por caminos del parque que no recordabas haber recorrido. Jazmines. Mamá. Ahora tratas de recordar lo que sentías antes de venir aquí a intentar escribir estas cosas, estas sensaciones nuevas, este intento de reunir estos días en estas palabras, en esta narrativa que te diga y diga a quien está leyendo, lo que fueron estas jornadas, lo que está siendo este estar en Mendoza, este haber andado por Godoy Cruz tantos años después, como si fuera la primera vez. El rosedal, el parque seco. La lluvia. Una fe antigua, en ti, aquí, ahora, sin propaganda, sin afán de convencer a nadie, ni a ti mismo. Una sensación de retorno. Poesía. La reunión en casa de tu padre. La montaña. Los ómnibus. La gente. Es como si en este breve relato estuviera todo. Como si todo estuviera aquí. El agua, las acequias, los árboles, los caminos, los niños, las abejas.