Tarde de calor en João Pessoa. Los días pasados forman un piso
firme bajo mis pies. El sol anda por el cielo, hacia la noche. Y ahora que me
pongo a escribir estas cosas, el tiempo como que se va condensando. Todo es
esto que está aquí. Este instante es todo lo que tengo. Es tan pleno y tan
completo, que es un mundo en sí mismo. El universo. Me detengo en la
respiración que va y viene. Y en cada movimiento, el pulsar de todo lo que
existe. La felicidad de los días pasados reúne rostros familiares y amigos.
Conocidos. Un rompecabezas se va formando. ¡Recibo tanto cariño de tanta gente!
En realidad soy la suma de los seres que quiero. Esos seres y los afectos me
constituyen. Así los pájaros y las flores. El cielo y las estrellas. El viento
y las plantas. Los libros y los poemas. Los colores. La belleza. La oración. Todo
es un espejo, un reflejo y una casa. Pienso en los tiempos en que estuve fuera
de mí mismo. Dominado por reacciones y rencores. Envenenado por odios que no
eran míos. ¿Qué tengo yo con el capitalismo y la lucha de clases? ¿Qué me
importan la dominación, el poder y las instituciones? Tampoco me importan la corrupción,
la delincuencia política, los golpes de estado. No tengo nada que ver con eso.
Mi mundo es más bien algo que puedo ver y tocar. Un mundo a mi alcance. Me abro
paso entre letras y colores. Ando entre pájaros y flores. El sol y la luna. Los
ríos que me recorren por dentro, y el mar. Todo esto es mío y soy yo.