sexta-feira, 18 de novembro de 2011

Evocación

Hay unos días en que andas como que buscándote. Buscando algo de ti en el mundo interno y en el externo. Miras las estrellas y las nubes, las plantas. Oyes los pájaros y el viento. Tratas de descubrir ecos de ti en la gente que anda por ahí cerca, en las voces, los recuerdos, las saudades. Hay veces que se te figura este tu estar en el mundo, una como que evocación de algo muy vasto e inmenso, algo que se extiende hasta los confines del Universo, algo que pulsa. Pulsas, y en esa pulsación la respiración de todo lo que existe es tu propio respirar. La vida pasada presente y futura, son una sola cosa, una sola diástole y sístole. Eres tú respirando, el Universo.

sábado, 12 de novembro de 2011

Eso que está ahí

Estaba pensando que cada uno de nosotros tiene su propio tiempo, cada uno de nosotros es de una manera particular y única, que no se repite. Me gustaría referirme en primer lugar a lo del tiempo, el tiempo de cada uno, y después a la singularidad, al carácter único de cada uno de nosotros, de cada ser humano. No creo que pueda mantener las cosas separadas por mucho tiempo, pues están tan imbricadas, tan estrechamente entrelazadas una con la otra, o una a la otra. Yo tengo mi propio tiempo, y el mundo alrededor tiene otro tiempo. Si yo no me doy mi propio tiempo, si vivo más pendiente de lo que los demás hacen o dicen o piensa o creen que yo debería hacer, dejo de ser yo, me voy perdiendo. ¿Ves como las cosas están tan relacionadas? Y tal vez ahí esté el meollo de la cosa. Si todo está tan relacionado, puede estarlo a un punto en que tan estrecho relacionamiento se me vuelva en contra, me vaya sofocando y sacando la identidad. Ahora por ejemplo venía de la cocina, a escribir lo que estás leyendo. En ese trayecto, me acordé de Swami Vivekananda, mejor dicho, me acordé del tono, del modo como pronunciaba sus palabras a sus oyentes y lectores. Era algo así, un tono parecido, el que se me venía ahora como el que iría a usar para decir estas cosas. Ninguno de nosotros es igual a otra persona cualquiera. Cada uno de nosotros es alguien singular. Y al mismo tiempo, está uno tan relacionado con todos los demás, con todo lo demás, que es difícil trazar una frontera, una línea que delimite. Por ejemplo, alguien dice algo que me disgusta, inadecuado, desagradable. Está de moda lo de Miguel Angel Ruiz, el autor de Los cuatro acuerdos: no lo tomes personalmente. Pero ¿cómo no tomarlo personalmente si me lo dijo a mí? Si contextualizo, si pongo lo escuchado en su trama relacional, me doy cuenta de que es otra cosa, no fue dicho para ofenderme, sino por algún motivo o por un modo de ser de la otra persona, una especie de automatismo o actuar mecánico, un modo aleatorio de decir lo que le viene a la cabeza. Entonces comprendo lo de no tomarlo personalmente. Pero lo tuve que encuadrar o encajar a mi modo, de acuerdo a mi manera de encajar o de comprender las cosas. No porque lo dijo Miguel Angel Ruiz, sino porque puse lo que escuché y me hizo mal, en su contexto. Entonces se disuelve, no era para mí. No puedo vivir tan pendiente del qué dirán, que deje de vivir. Trato de privilegiar el lado de acá, mi voluntad, mi querer, mi intención. ¿Qué quiero? Ese es el foco, o trato de que sea. No siempre lo consigo, pero intento. Si vivo más consciente, si estoy cada vez más dentro de la singularidad única de mi propio ser y de mi propia manera de ser o de mis propias maneras de ser (pues todos tenemos más de una, varias maneras de ser), veré que lo que yo soy, esa singularidad única que soy yo, no se repite. Aprender a vivir en paz, pleno, del modo como cada uno de nosotros es, no es fácil. Nos enseñan a tratar de parecernos a alguien, a tratar de ser diferentes de lo que somos. Normosis. Tenés que agradar. Tenés que ser como no sé quién. Y así nos vamos extrañando de nosotros mismos. Pero se puede volver, y de hecho se vuelve. Dialéctica. Uno se extraña pero se recupera. Es un vai ven. No sé si dije aquí algo que te pueda parecer valioso, pero precisaba decirlo. Uno va jugando con las palabras, del lado de allá alguien lee, de este lado alguien escribe. Y el mensaje, como decía Julio Cortázar anoche en La vuelta al día en 80 mundos, el mensaje y el mensajero son una sola y la misma cosa. Lo que digo es lo que soy, si sé hacerlo, si sé trabajar la palabra como algo vivo, no sólo como medio sino como fin. El poeta o el literato tienden a eso. A ser la palabra la cosa. Y a ser el mensajero el mensaje. Pero no en el sentido de alguien que transmite alguna cosa diferente de sí, alguien que transporta una carta de un lugar donde fue escrita a un lugar donde es leída. Y sí en el sentido de que yo soy el mensaje, yo soy la palabra, yo soy lo que es dicho, y al mismo tiempo, yo soy la comprensión de lo que es dicho, de lo que es recibido y transmitido. Todo esto son tentativas, intentos de traer al papel algo que se nos escapa, algo que está siempre un poco más allá o más acá, pero que tratamos de traerlo y ponerlo en una hoja. Creo que escribir es un poco esto, o vivir es un poco esto, intentar traer algo que se nos aparece como tan obvio, pero que al intentar transmitirlo de repente se transforma en otra cosa, deja de ser lo que nos parecía tan claro, y se muestra de otra manera. Pero ese es el juego, al menos, me parece que ese es el juego de la literatura, el juego del lenguaje, de la interacción entre lector y escritor. Mientras venía a la máquina a tratar de poner estas cosas por escrito, como que veía el lugar de esto, de esto que está aquí, de estas líneas que de algún modo han conseguido decir lo que quería, lo que tenía en mente en ese momento. Aunque la tentativa sea precaria, nunca del todo acabada, hay que intentarlo, pues en esas tentativas, se acorta la distancia entre lo dicho y lo oído, entre la palabra y la cosa, hasta que palabra y cosa sean una sola cosa, como ahora, en que soy lo que escribo, soy lo que lees, soy el que lee y escribe y soy el escrito y lo comprendido y sentido.

sexta-feira, 4 de novembro de 2011

El poeta y la realidad

La literatura repone el orden de la realidad. Esto es una verdad, pues cuando lees, ves el mundo como lo ves, como lo veías cuando eras chico, como puede ser visto cuando no se piensa, cuando simplemente se está en él viviéndolo. Un poeta no interpreta la realidad, la vive. El poeta no está en la realidad, es la realidad, es real. Esto lo descubrí después de haber estado meditando mucho sobre una frase de Julio Cortázar en “La vuelta al día en 80 mundos”, donde dice que la literatura destruye la falsa objetividad creada por el intelectualismo, y después de haber empezado a leer “El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. Cuando leía este último libro, me fui dando cuenta de que lo que dice Cortázar es cierto, pero no lo noté como quien piensa en ello, sino simplemente porque al leer el libro de García Márquez, me fui metiendo en la narrativa, en la hoja, al punto de haber perdido la nocíón de que estaba leyendo, estaba allí, era la narrativa, era la hoja.