segunda-feira, 9 de abril de 2012

Unidad con la vida


Ayer pensaba que un amor entrañable, muy profundo por la vida, nos funde con ella, nos unifica a tal punto con el existir, que ya somos uno o una con la eternidad. Esto no es algo abtracto o genérico, sino concreto, y paso a explicarlo si me permiten por un momento esto que podría llegar a ser o parecer petulante. Estoy hablando de una experiencia que vengo haciendo, y no de una creencia o idea que pueda haber tomado de alguien y estuviera repitiendo. Hay que aclarar, porque si no por ahí te puede venir alguien con algún comentario que te la voglio dire. Si digo que uno se va fundiendo con la vida por amor, o si digo que uno puede ir eternizándose al unirse a lo que existe, debido a un amor entrañable por la existencia, estoy hablando de cosas que hago.

Cosas que todo el mundo hace o puede llegar a hacer, si se deshace de un cansancio vital impuesto por la rutina, por el hábito de haber adquirido la creencia falsa de que el vivir se repite, de que lo que ocurre se repite, y de que después de toda esa repetición falsa, inexistente, no hay más nada, o, al contrario, está el reino de los cielos. Yo no voy a discutir creencias o religión con nadie. Cada uno con sus creencias, ¿vio? Para mí lo más extraordinario, es que si una hoja de parra produce un sonido muy leve al arrastrarse por el viento sobre la tierra seca, y ese sonido tan delicado me conmueve y me llama la atención, entonces es posible que, por ese encantamento entre la hoja de parra y ese su ruidito tan particular, la hoja de parra y yo, ese sonidito tan delicado y yo, vayamos fundiéndonos, vayamos siendo una sola cosa.

Y esto tiene que ver con la unidad, con ser uno, el objetivo de la vida. La vida es unidad, no disociación, aunque nos quieran convencer de lo contrario, o aunque nos hayamos creído lo contrario durante años. Un día uno despierta y ve que no, que la inmortalidad no está en el más allá, sino en el más acá, en este aquí y ahora tan fascinante en que voy disolviendo las falsas fronteras que me separaban de todo lo que existe, y me voy uniendo con todo lo que existe. Les pido que me disculpen todas estas repeticiones. Uno repite a veces por descuido, o también, y espero que sea este el caso, por el entusiasmo de estar compartiendo algo muy lindo, algo muy bueno.

Una puerta hacia la eternidad está al alcance de cada uno, de cada una, si amamos intensamente la vida, y vamos borrando por este amor excesivo y por una atención y cuidado extremados con todo lo que ocurre, las falsas barreras que nos separaban e iban convenciéndonos de que estábamos solos, que éramos algo extraño y diferente, separado. Repito y repito y no me canso de repetir, pues de tanto repetir, un descubrimiento se va haciendo nuestro. Así como nos convencieron a fuerza de repeticiones, de que este vivir era un sufrimiento sin fin, podemos convencernos de lo contrario, de que es una pura plenitud, si lo repetimos incansablemente. Esa atención y afecto, ese cuidado continuo con la vida, nos abren puertas a la eternidad.

La literatura y la poesía están en esa búsqueda, en esa construcción de puentes hacia la unidad. También lo está la actitud religiosa auténtica, esa fascinación por la creación, por la vida de uno mismo y por la vida de cada insecto o flor o por la nube que anda por el cielo y por el sol que a esta hora debe estar escondido no se sabe adónde, en qué países o lugares. Estas cosas las comparto para que se eternicen en tí y en mí, y que entre todos y todas, vayamos sacándonos de la cabeza esa falsa noción de que esto no es nada más que lo mismo que ya fue. Y está también la memoria, la que nos trae el recuerdo de la infancia y de todo lo bueno y maravilloso que fuimos viviendo en la juventud y después, hasta aquí, y este recuerdo continuará.

Nenhum comentário:

Postar um comentário