quinta-feira, 17 de abril de 2014

Volviendo

Un gran silencio. Un espacio vacío. No era lo que creía haber sido. Descupabilizando. Naturalizándose. Recordaba la charla con su amada la noche anterior. The night before. Resonaba la canción de Los Beatles. El texto iba abriendo un nuevo rumbo. Había sentido una antigua inocencia, la vida recomenzando desde si misma, en sí misma. Una sensación virginal. La charla le había dejado la certeza de que no había tal cosa en su vida. No era eso. El pasado era el abono de donde nacía una flor hermosa. El presente. Esto aquí ahora. Mientras el frío de la mañana mendocina le traía antiguas memorias que el tiempo recuerda. Más tarde seguirían rumbo a Uspallata. Pero ayer seguía viniendo. Las palmeras del Rosedal. Las pérgolas de las flores. Las rosas, zinnias, claveles de la India. El pasto crecido. Abandono. El lago del parque San Martín y las botellas de plástico flotando. Los ceibos. La avenida de las palmeras datileras y la gente corriendo o patinando, pasando en bicicleta. Y al pasar por el Club de Regatas, los autos parados. Los jardines, los prados verdes, tupidos de follajes oscuros y claros, y el sol jugando con las sombras y con el frío de la tarde que ya se iba mezclando con el viento. Miraba aquellas palmeras altas, trabajadas en sus hojas, como grabados en el tiempo. Esta sensación era muy fuerte, inolvidable. La había tenido también en las cataratas del Iguazú, donde anduviera con su amada en enero de 2013. Y ahora la sensación volvía muy clara y fuerte. Palmeras talladas en el tiempo. Como el mar cincelado en Joao Pessoa, o los bamuzales de Praia Bela, en Paraíba. Palmeras talladas en el aire, como trabajadas a cuchillo, pero inmóviles, quietas, eternas. Y la gente en los prados, conversando, haciendo pic-nics. La panadería La Parra. El encuentro con Leo que se iba a dar clases de guitarra. Y ahora al evocar, ese mismo silencio nace la vida. Una vida callada pero plena. Un lugar virgen, deshabitado, pero pleno, feliz, transbordante. Semana Santa, pensó. Debía ser eso. Algo más allá de lo comprensible. Un espacio dentro de sí. Una pregunta no formulada. La vida vuelve de sí misma, en sí misma. La infancia volvía plenamente. Recodaba las canciones que mamá cantaba. Abuelita y abuelito. La estación de trenes. La calesita con papá y con sus hermanos. El avioncito rojo. El Daniel. El club israelita. Las bicicleteadas a Potrerillos. Todo estaba allí, como ayer. La vida había vuelto. La exacta sensación de que las letras tenían un lugar preciso, como ladrillos uno al lado del otro.

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