“Vive presente a tí como has vivido,” dice un poema que mi
madre me envió por correo, antes de partir. Esta mañana recordé estas palabras,
mientras cuidaba del jardín. Veía las flores de hibisco, esplendorosas. Admiré
su belleza. Seguí la jornada, cuidando de las tareas domésticas a mi alcance.
Me consuela sentir cerca a mi madre. Ahora sus palabras y su presencia son aún
más fuertes. Mi madre admiraba las flores, lo bello. Es un camino a Dios, y
ella lo siguió. Supo dejarnos señales, para que también pudiéramos ir por ahí.
Al volver a Tambaú, de Carapibus, admiraba con María, la belleza circundante.
Belleza del paisaje, de flores y cielo. Verde y gente simple, que vive de un
modo que me va sanando. Leo Cecília Meireles, y su lectura me integra en esta
eternidad tan bella de la cual formo parte. Flores, color. Imágenes. Un mundo
anterior y sucesivo. Ya me aliené bastante de todo esto tan hermoso que me hace
bien, en nombre de no sé qué supuestos ideales que debería seguir. Esos ideales
no son míos. Yo no vivo de odio. No vivo de bronca. Yo vivo de amor y de
belleza. Belleza de mi familia, que es vasta y digna. Correcta. Correctísima.
Belleza de lo que he venido aprendiendo de mí mismo y de la vida, en la Terapia
Comunitaria Integrativa y en el evangelio del Señor Jesús Cristo, que se
confunden con la vida misma. Belleza del arte, que me devuelve mi propia cara,
como bien dice Jorge Luis Borges en “Arte poética.” Van Gogh. Girasoles. Soles.
Música. Todo gira y dá más vueltas. Ha nacido mi nieta Julia. Mi nieto Luis
Ignacio me renueva. Nada me va a robar la alegría de esta vida nueva. Vida
devuelta. Renovida.
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