
Leo tanto que de pronto no sé en cuál de los libros que
estoy leyendo encontré una palabra que ahora resuena insistentemente en mí.
Descansar. Descanso. Aflojar esa presión insistente que contínuamente empuja hacia
la acción. Hacer. Hacer. Hacer sin cesar. Está perfecto hacer. Es hermoso.
Crear. Trabajar. Moverse. Ir de un lado a otro. Sucede sin embargo que ahora al
redescubir una vez más que además de hacer puedo descansar, estoy feliz. Puedo
hacer o no. Puedo ir o no. Puedo hablar o callar. Veo que hay un mecanismo compresor
en actividad permanente. Yo no necesito, sin embargo, estar presionándome todo
el tiempo. Eso es locura. Puedo introducir una pausa que me permita ver si
quiero o no hacer algo, sea un hacer externo o interno. No necesito responder de
imediato a una pregunta que escucho. Puedo ver si hay respuesta o no. No necesito
actuar en automático todo el tiempo. Puedo nuevamente ver si es necesario o no,
si quiero o no, si me gusta o no, si es o no el momento. O sea, en pocas palabras:
puedo ser yo en vez de un robot. Si descanso me alimento de la fuente de la
vida, que es poesía. Poesía es más que los poemas. Es ese lugar adonde estoy
cuando simplemente me permito disfrutar del mero estar vivo. La vida es más que
acción. Es también reflujo a lo eterno. Habitación en lo que que sostiene todas
las cosas. Cuando descanso estoy en ese lugar eterno, en esa frecuencia.
Entonces veo que muchas veces me disgusto o no estoy bien, porque simplemente
no soy yo quien está ahí. Es uno que se obliga a cumplir órdenes todo el
tiempo. Yo puedo liberar a ese prisioneiro. Sólo depende de mí si este instante
es o no mío. Si es mío no hay tensión o casi no la hay. Es más un dejarme
venir. Un dejarme estar. Un ir yendo. Un estar siendo. Entonces la existencia y
la convivencia dejan de ser un terreno de ataque o defensa, sumisión o imposición.
Es nomás estar donde estoy, en mi lugar. Un lugar definido y preciso. Precioso.
He recorrido un largo camino para llegar hasta aqui. No tengo más apuro por
nada. Y aún si algo urgente me requiriera, sólo lo podré atender si estoy en mí,
tranquilamente. Esto me tocó verificar recientemente. Un pariente en casa necesitando
atención de emergencia en salud. Fue posible proveer a ese auxilio
especializado activando el servicio de urgencia que lo vino a socorrer. Dejar que
la vida vaya yendo. Yo hago mi parte, y sé que el auxilio divino es permanente.
Me ha tocado comprobarlo en circunstancias de riesgo extremo. Hoy sé que la
situación en que vivimos colectivamente es riesgosa. No dejo de dirigirme
constantemente hacia esa luz que brilla sin cesar dentro de mi corazón y
alrededor. En ella encuentro una fuerza serena y segura que me mantiene en un estado
de atención y confianza. Esa luz es lo que sostiene todo lo que existe y anima
la vida en todas sus formas. Es el Dios en que creo. Un Dios cotidiano al que
aprendí a reconocer desde niño y a lo largo de la vida. Esto no me evitó tropiezos,
caídas ni extravíos. Al contrario, todo eso es lo que una y otra vez me trajo
al mismo lugar.