segunda-feira, 14 de janeiro de 2013

Ocaso

A veces no sabes bien qué hacer. Has andado, caminhado por las veredas del barrio. Has hecho algunos trámites y diligencias necesarios. Correo. Banco. Has conversado con un amigo al que admiras. Gente que no desiste, insiste. Insiste en la esperanza, en lo comunitario. Cómo es notable que haya personas de bastante edad, que no desisten de creer en la movilización social. Ayer leía una frase de Dom Helder Câmara, que decía que el secreto de la felicidad en la vejez, es tener una causa por la cual vivir. No sé si es textual la frase, pero el sentido lo es. Yo miraba el rostro de Dom Helder en la foto. Recordaba otras personas de edad que no desistieron de creer, y de trabajar por sus sueños, sueños colectivos y personales, hasta el fin de sus días. Mi madre fue una de ellas. Gente que no se entregó a la vejez como si fuera un tiempo de abandono, de esperar la muerte llegar. Recuerdo a mis abuelitas Oliva y Mamina. Ninguna de las dos se entregó a esa especie de abandono. Siguieron de pie, encendidas, en su propia forma de vivir, hasta el fin. Tejiendo, leyendo, rememorando, cantando, cultivando la amistad, la fe, la oración. Quisiera morirme así. El día ya se ha hecho noche, y recuerdas las plantas que viste. El aroma de los jazmines, de unas flores rojas que viste al caminar por la avenida. Las flores amarillas y naranja del jardín del frente. Las primaveras, o santa-ritas, o bougainville. Las flores blancas que perfuman por todas partes. Las acacias, que penden como farolitos japoneses. El día ha entrado en esa modorra nocturna, cuando las luces de la ciudad tejen hilos de luz en todas las direcciones. Tratas de cerrar el día, pero ¿quién es que puede cerrar un día? El día se cierra por sí mismo, si es que de hecho esto ocurre. Talvez el dia se vaya corriendo atrás de la noche, jugando a las escondidas.

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