Hay algunos momentos
que tienen la virtud de reponer nuestra unidad interior. Rehacer el
ser que somos. Un momento así es el que me fue dado vivenciar hoy al
mediodía, en la celebración del día del sociólogo/a en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional
de Cuyo. Llegar al edificio donde estudié, que guarda tantas
memorias, fue algo ciertamente arduo. Buenas y malas memorias. Todas
juntas. Sentí que había una tristeza en mi pecho, que iría a
desaguar. Desaguó. Fué como el río de la montaña que baja. La
luvia que cae desde el cielo. Lloré, mientras escuchaba a las
compañeras y compañeros decir sus palabras. Gente que dice con
palabras, y dice con su ser. Dice con su estar en el mundo. Dice con
su sentimiento. Algo en mí se fue rehaciendo, en la medida en que me
iba sintiendo incluído en las hablas que iba escuchando. Sueños que
no mueren. Esperanzas que prosiguen. Todo esto fuí sabiendo mientas
escuchaba las palabras que me contenían. Era como un rompecabezas
armándose por dentro, y también alrededor. Pude disfrutar de la
reunión, en la que me sentí incluído. Agradezco a cada persona que
participó, y especialmente a aquellas con las cuales me fue dado
conversar. Cada una me dejó algo. Salí más completo. Me volví más
pleno. Ciertamente no olvidaré esos rostros y esos sentimientos. No
olvidaré cómo cosí un poquito más mi historia, que en algún
sentido sigue cosiéndose. Pasado y presente. Ahora que ya es de
noche y los caminos de la vida me llevaron por otros lugares, vuelvo
a este momento sin igual. De algún modo, siento que algo muy bueno,
que me animó, como animó a toda una generación, a trabajar por un
país más unido, más humano, más justo, sigue entero. Esto es lo
que hace que me sienta más entero. Gracias.
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