terça-feira, 16 de junho de 2015

Ordenando

Una práctica coherente impone el respeto a las diferencias.
A veces no tengo nada que hacer. Entonces me pongo a escribir. Como hace ya tantos años que hago esto, es como si una parte mía se fuera equilibrando. Ordenando.
El lado de allá y el lado de acá se equilibran. Todo está como debe ser. Todo está bien. Por haber escrito ya tanto, es como si mi mayor parte estuviera ya del lado de allá.
Y este que soy yo y que escribe ahora, ganara su verdadera dimensión en esta simetría. Me equilibro. Me ordeno. Es como si ya todo lo que he venido escribiendo en todos estos años, hace ya tantos años, y este exacto estar aquí ahora, estuvieran en perfecto equilibrio.
Entonces es como si algunas cosas que molestan, como la intolerancia de quienes se burlan de la fé de los demás, no fuera nada. Es un delito, lo sé. Gente que se molesta con la discriminación racial, pero no le molesta ofender a los que profesan una creencia o tienen su fé.
No es que esto sea nuevo. No lo es. El ambiente intelectual me parece que tiene siempre una tendencia al desencantamiento. Es como si la fé les pareciera un rasgo de infantilidad o inmadurez.
Ya fui menos tolerante con los intolerantes. Hoy no deja de molestarme su sorna, su desprecio por quienes nos aferramos a una fé o a una creencia. Sin embargo, no les envidio la suerte. El juego es peligroso. El mundo actual es cada vez menos tolerante.
Parece haber menos espacio para el discurso de la discriminación. Y más allá de la contradicción entre decirse defensor de los derechos humanos y burlarse de la fe ajena, está el hecho de que toda forma de discriminación contiene el germen de la violencia.

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