quinta-feira, 15 de novembro de 2012

Nido literario

Pocas cosas me dan tanto placer como el escribir y el leer, el internarme en esos mundos crepusculares a los cuales la literatura y la poesía me dan acceso. Allí me encuentro, allí encuentro a quienes amo y he amado, allí comungo con la belleza, me rehago de la fatiga y del tedio de un mundo demasiado volcado a lo material y a lo objetivo. Cuando veo las letras dibujarse en el papel, en una tarde como ésta, en que no tengo nada que hacer, ni tengo ganas de hacer nada, simplemente dejo que se abra una puerta hacia allá, que me trae más acá. A veces basta mirar alguno de los libros que pululan por la casa. Sea el de Henry James, A outra volta do parafuso, que está en la mesita del luz del dormitorio, y cuya lectura retomé anoche, sea el de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, que hace días que me viene acompañando. O bien sean los libros que se encuentran na la biblioteca de la sala, en sus lugares, lugares cambiantes o más o menos fijos. Me fijo si están o donde están. Graciliano Ramos, con su Insônia y su Angústia. El Martín Fierro, de José Hernández. Los libros del Pe. José Comblin, grávidos de amor y de oración. Los libros de mi madre Gita, Caminando hacia el ser, Crescer. Los libros de Ramón Munoz Soler, mi tío. Los libros de Amado Nervo, de Gabriela Mistral, de Lya Luft, de Martha Medeiros, de Cecília Meirelles, forman como que un nido invisible pero tangible, muy fuerte, que me envuelve y me contiene. Me alimenta y me sostiene, esta tarde y tantas otras tardes. Foto: Gabriela Mistral

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