sexta-feira, 11 de março de 2016

Identidad

Esta mañana, morado y rojo. Amarillo. Una paz profunda. Mi madre. Empezó así el día. Después, ir a la universidad, a hacer diligencias. El rectorado. La fotocopiadora. La posgraduación en enfermería. Una antigua colega, incansablemente joven. Los árboles de mangos. Las arenas por todas partes. Volver a casa por el bajadón que atraviesa el riacho. Llegar a Miramar. De allí, seguir hasta la avenida por donde se dobla hacia Tambaú. En casa. Y ahora de tarde, venir a la hoja. En medio del calor de este viernes. No tantos papeles, más yo. Más libertad. Más respeto a mí mismo. Leía un libro de Machado de Assis: Memórias póstumas de Brás Cubas. Los libros, lo que leo, lo que escribo, lo que vivo, lo que ocurre, está en el preciso lugar donde debe estar. Todo es como debe ser. Las culpas no son mías. La culpa es algo introyectado para hacerme sufrir por no cumplir con un papel que me hace mal, que viola mi libertad e independencia. Por eso, la culpa no es mía. Las culpas son ajenas. Lo mío es esto, es este venir en palabras y colores, sentimientos y memorias. Esto requiere más tranqilidad, menos obligaciones. Me acepto como soy, de la manera exacta como soy. No necesito falsearme para ser aceptado, para tener un lugar entre los demás. Hay algunas concesiones inevitabales, en la convivencia. De ellas también aprendo a coexistir sin traicionarme. Pero la concesión no puede ser constante. Ya no sería yo, sería algo desdibujado en nombre de la sobrevivencia. Hay ocasiones en las que uno no tiene más remedio que someterse, ya que la fuerza de un oponente es mayor. Pero aún en esas situaciones, queda el recurso de la libertad interior, la oración. Uno puede y debe permitirse estar en el mundo, en la condición de mayor libertad posible. Por respeto a uno mismo, a su trayectoria de vida. Es necesario, para nuestra salud mental.

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