Los pajaritos
cantan, y el día ya viene naciendo desde dentro de la oscuridad que
se va yendo. Y así como viene el día de la mano del canto de los
pájaros, también vengo yo, traído por el canto y por la luz. La
luz que canta. El canto de la luz. En medio de esta sensación tan
buena de estar poniendo el pie de nuevo en esto que está aquí, esto
que es estar aquí, en un lugar preciso y precioso, fijo y cambiante.
Ponerme de nuevo en mi lugar, esta hoja que es un cruce de palabras
internas y externas. Un entrelazamiento de caminos míos y de gente
muy querida que me rodea. Mi familia y mis amigos/as. Las personas
que voy encontrando cuando salgo a la calle o ando por la playa, como
espero hacer dentro de algunos minutos. Disfrutar de esta sensación
tan placentera que es la de estar vivo, formando parte de algo
maravilloso e inexplicable, que me desafía a todo instante. Un mundo
conflictivo en el cual proliferan actos de amor y de cuidado,
sistemáticamente ignorados por una cultura hecha a lo que no anda o
anda mal, lo que no funciona o no es como debería ser. En ese mundo
diverso y contradictorio, voy yendo, me voy dejando venir, voy viendo
que tengo un lugar y que este lugar es un lugar determinado en
movimiento. En el punto de la existencia en que me encuentro, muchas
veces mi estar aquí es una convergencia de infinitos pasos y actos
míos y ajenos, situaciones y personas, sentimientos y acciones. Esto
hace que cada instante sea pleno, y que aunque todavía no me
acostumbro del todo, puedo confiar, puedo andar por ahí, puedo ser
como soy y ser el que soy. ¡Buen
día!
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