Sigo mi propio camino en la sociología, como en la vida, que para mí están integradas cada vez más, de manera indisociable. Nunca entendí, ni siquiera en mis tiempos de estudiante, que el conocimiento académico, o científico, pudieran o debieran superponerse o suprimir otros saberes también legítimos. Esto me provocó algunos roces con lo que llamé el “establishment” sociológico, a los cuales respondí académicamente, con mi tesis doctoral defendida en la Universidade de São Paulo:
Max Weber: ciencia y valores. Reivindico el pluralismo cognoscitivo, apoyado en mi lectura de Max Weber, bien como en mi propia práctica docente, que se extiende ya por más de 40 años.
No concibo el conocimiento como un objeto en sí mismo, sino como un medio para una vida más plena, auténtica y feliz. En mi tránsito por la academia encontré una cierta naturalización de un uso instrumental del conocimiento al servicio de intereses personales y también burocrático-corporativos.
Actualmente mi trabajo consiste en apoyar la práctica de la Terapia Comunitaria Integrativa, un medio de potencializar la capacidad resiliente y la acción autónoma y libertadora de personas y comunidades.
La vida es corta, y aprendí y sigo aprendiendo que mi manera de darle el valor incalculable que tiene, es ponerla al servicio de algo mayor, que es para mí la construcción colectiva de un mundo mejor que empieza, pero no termina, en cada uno de nosotros(as).
Lo que denominé de "ciudadela sociológica" es un apartamiento, una desfiguración del sentido original de la sociología. Una traición. Abandonar el sentido libertador de una práctica para transformarla en instrumento de opresión es sin duda una traición. Aunque quienes la practiquen se cubran de oro. No estoy aquí para criticarles. Cada uno, cada una, sabe o debería saber a quién sirve.
Yo elegí ser humano y esto me compromete con una actuación cotidiana inseparable del trabajo humano de humanización.
Plena realización de todas las capacidades que nos constituyen como persona. Poetización es lo que mejor expresa esta praxis libertadora, que nos devuelve a nuestra condición original.
Mi trabajo de escritor accesible me ha hecho borrar las barreras que podrían haber llegado a separarme de las personas circundantes. Nunca escribí desde otro lugar que la persona que soy.
Alguien que no se olvidó de sí mismo. Esto me enorgullece y me hace saber que no me aparté de mi objetivo. No critico a quienes puedan haber tomado otros rumbos.
No quieran, sin embargo, que yo me aparte del sentido de aprender continuamente, lo que me compromete a un nacer contínuo sin el cual, para mí, no hay vida sino apenas aguantar.
Plenitud es un destino que se alcanza solidariamente, nunca solitariamente. Nada me obliga a querer vengarme de lo que pudo haberme dañado.
Hice flores de esos dolores, como tanta gente alrededor. Y trato de seguir así cada día. Hay días en que ya nazco sol. Soy ya yo mismo desde el vamos.
Otros días la sombra debo ir apartando laboriosamente. Esto me va trayendo a lo que soy, e inevitablemente termino por encontrarme de nuevo.
Por eso sigo. Vida es esa insistencia. Una esperanza que camina. Terminé por transformarme en una de esas personas que admiraba.
La unificación, la vivencia cotidiana de mi totalidad, hacen que cada vez más cada momento contenga todos mis momentos. Ni mi arte, ni mi vivencia del evangelio de Jesús de Nazareth, nada en mí esta disociado.
Todo forma parte de una presencia que me contiene y me guarda. Y puedo decir con tranquilidad, que disfruto de este trabajo de reconstrucción que, si bien por ahí cansa, como todo trabajo, tiene sin embargo un sabor y un placer sin igual.
Ilustración: "Flores después de la lluvia"
(09-05-2025)