quinta-feira, 27 de outubro de 2011

Un mundo mejor

Dios es un lugar. El lugar que ocupas, la persona que eres, son sagrados. Son Dios. Mejor dicho: eres Dios. Esto podrá sonar mal a los mercaderes de la mediación, los que lucran con el extrañamiento de la persona humana, su mecanización, su explotación y alienación. Pero uno tiene que elegir. No puede servir a Dios y al diablo al mismo tiempo. No se puede servir al amor y la justicia al mismo tiempo que al poder y al dinero. Uno tiene que elegir. Hoy me dí cuenta de que ha ocurrido un cambio fundamental en mí mismo. Hacía días que venía tratando de descubrir cuál es ese cambio, en qué consiste eso que ha cambiado dentro de mí. Lo descubrí esta mañana. Volví a ser yo mismo, estoy cada vez más siendo yo mismo otra vez. Es el retorno de la persona a sí misma. Esto no ocurre en soledad, ocurre si estás en una red de relaciones con personas que están también volviendo a sí mismas. Ayer estuve en una reunión de personas que trabajan por la promoción de la inclusión social y la equidad. Son terapeutas comunitarios y otros profesionales de la salud mental. Gestores gubernamentales, profesores y alumnos universitarios. Militantes de movimientos sociales que trabajan por la recuperación de la persona humana. Mientras escuchaba las palabras de varias de estas personas, una sensación de unidad se iba formando dentro mío. Como que las historias de vida de los jóvenes y no tan jóvenes que escuchaban, iban moldeando mi propia identidad. Yo era, soy todo eso. Una juventud, gente de más edad, que vienen volviendo. La historia de mi vida se entreteje con estas historias que escucho hoy. Y veo que la historia caminó en dirección a mis sueños de joven, a los sueños que la juventud sueña. Una humanidad más integrada. Ese es el camino, es lo que vislumbro como el camino de una revolución social. No somos mejores que nadie, pero no hemos desistido. Seguimos construyendo en nosotros mismos, y tratando de hacerlo también alrededor nuestro, con otras personas, un mundo mejor.

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