quarta-feira, 10 de setembro de 2014

Un libro

Esta tarde compré, sin que me lo hubiera propuesto antes, un libro de Edgar Allan Poe, Cuentos. En la realización de este acto, tanto cuanto después de su consumación, me di cuenta de cuánto hay en algo tan simple como comprar un libro para uno mismo. Me vinieron los recuerdos de lo que he sentido en otras oportunidades, al leer cuentos de Poe. Esa sensación sin igual en la que me voy dejando envolver al sumergirme no sólo en la lectura de sus libros (recordé La caída de la casa de Usher, El escarabajo de oro), sino también en la lectura de otros libros que tienen el poder de irme llevando a esas regiones crepusculares donde descanso de cierto tedio, de cierto fastidio de un mundo a veces demasiado raso, monótono. Esto ocurrió en medio de un paseo que hicimos con María a la tarde. Bajando por las veredas con agua en las acequias. El tránsito. Las plazas. El café Lo Moro. Y las librerías, esas regiones a salvo del utilitarismo y la mezquindad de esta época tan mercantil. Estos mundos literarios y poéticos tienen la virtud de hacerme descansar de tanta superficialidad, de lo efímero. Aquí, lo eterno, lo bello, lo imperecedero.

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