Tenía ganas de escribir algo, compartilo con alguien. Así
que me dije: talvez lo mejor sea dejar que las letras vayan viniendo. Cuando
esto ocurre, vengo yo también. Voy recuperando una noción de pertenecimiento, una
sensación de continuidad.
Tanto el leer como el escribir me reponen a una sensación
de integración, un sentimiento de estar donde debo estar, de ser lo que soy en realidad.
Hay muchas cosas curiosas que podría decir sobre este oficio de escribir.
Cosas
que a uno le sorprenden porque las vamos aprendiendo mientras se presentan, no
las sabíamos de antemano. Una de ellas, es la extraña simetría entre lo que se dice,
lo que se pone en el papel, y lo que se calla, lo que está presente por ausencia. Otra, que está estrechamente conectada con esto, es: como al escribir uno se va
enraizando en la vida.
Dicen que muchos árboles tienen más bajo tierra que sobre la superficie. Así
es también con nosotros, seres de palabras, y con las palabras, que nos
constituyen.
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