Son
muchas las razones que me mueven a leer y a escribir. A internarme en
lo poético-literario. Ya lo hago como parte de mi propia naturaleza,
o sea, por la necesidad que tengo de ser más yo, y por eso me
sumerjo en esas realidades que nacen de la observación aguda y el
sentimiento sutil. O bien (y esto es sólo una entre muchas otras
razones o motivaciones), lo hago como un ejercicio placentero que me
alivia de cierto tedio que de pronto puede haber llegado a
instalarse, oriundo de la rutina, el uso, las costumbres, los
diarios, la TV, la propaganda política, la creencia en el estado,
los dogmas, etc. La literatura me ofrece entonces un doble descanso,
al menos.
Se relaja la opresión de lo instituído (y destituído), y
al mismo tiempo respiro mejor. Me animo, me reanimo. Recupero la
alegría de vivir o la intensifico. Mi percepción se agudiza, y
aumenta mi creatividad, mi sensación de formar parte, de ser parte,
y de ser todo con el todo y con las partes. Por otra parte, el
escribir y el leer me integran también al vasto mundo de la historia
y los países, la gente diversa y sus particularidades. Todo esto me
devuelve una sensación de realidad y de eternidad.
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