sexta-feira, 16 de dezembro de 2011

Beatlemania

A veces me enfermo muchísimo de la cabeza por cosas que no tienen nada que ver. Como ser la normosis, o sea la patología de la normalidad, o ver el mundo sin alternativa y uno como un conejito de indias caminando al matadero sin chistar. Pero estas son cosas que a uno se le pasan si acude, como acudí esta mañana, a un viejo e infalibe expediente, de escuchar una vieja y buena música de Los Beatles. Son cosas simples. Recordar buena gente que conociste en tu vida, o lugares donde la pasaste rebien, o personas a quienes amas, no importa dónde estén. De pronto oír estas canciones, o canciones que llevo dentro de mí, o pensar en la arena esta mañana en la playa, todas esas formas dibujadas en el piso, y yo buscando el control remoto del portón que se me había caído. In my life, está tocando ahora. La reunión con los amigos esta mañana, ese ceremonial de esperarse, de escucharnos unos a los otros, de recopilar tantas charlas, tantos encuentros. O simplemente escuchar esa voz con que la canción concluye y otra vez eres ese joven de otrora, un joven sorprendido de estar aquí, ahora escuchando Norwegian Wood, y no sabes si estás allá y entonces, o aquí y ahora, o si aquél allá y este aquí y este ahora, son un solo y único tiempo. Oyes la canción que habla de una chica que se fue, y los sones vienen a ti y oyes otra vez la misma canción, pero no eres y eres el mismo. Es la magia del tiempo, la magia de esta cosa tan simple que es volver a ti mismo y ver que nada cambió, eres el mismo, no pasó nada, todo está como era entonces.

terça-feira, 13 de dezembro de 2011

Realidade literária

Aquela tarde, passara um tempo que não pôde ser medido com relógio, conversando com uma muito querida amiga, acerca de literatura. Lembrava de ter ouvido um comentário sobre um livro de Dostoievski, Noites Brancas, acerca de uma personagem que lhe despertara o interesse. Lembrava de ter conversando com esta pessoa tão querida, e enquanto conversavam, o tempo ia escoando como por uma ampulheta, lenta e continuamente. Lembrava de ter recordado o quanto o mergulho na leitura das obras de Cronin, lhe fora benéfico, em anos de profundas dores internas e externas. Compreendia, então, cada vez mais, outros sentidos mais profundos e completos, daquela frase de Julio Cortázar que tanto meditara desde os últimos dias de novembro, prévio à viagem para São Paulo para comemorar com seus irmãos e família, o aniversário de Arturo. A frase dizia mais ou menos assim: que a literatura destrói a falsa objetividade criada pelo intelectualismo. Não sabia se era uma frase textual, mas não importava. Nas suas meditações, e em conversas como esta daquela tarde de dezembro, com aquela amiga tão querida, em que o temo escoava como criando uma realidade fora da cotidianidade e ao mesmo tempo tão real, percebera que a realidade literária é, de fato, muito mais real do que a falsa objetividade criada pelo intelectualismo. E qué falsa realidade é essa? A de que existe um mundo objetivo, um mundo de coisas, e que você é uma coisa e eu sou uma coisa, e de que tudo são coisas. A verdade é que criamos o mundo em que existimos. O mundo é uma criação nossa. E a doença intelectualista, a alienação intelectualista, é a que rouba a realidade e põe no seu lugar uma cópia, algo estranho e invertido. Você já não é mais você, mas algo que alguém lhe convenceu que você era, e não é nada bom, é o contrário da sua realidade mais profunda. Por isso a frase de Cortázar cada vez mais me vai revelando que a vida é uma criação subjetiva, é feita por cada pessoa. Isto é uma verdade radical. É o que Jesus disse.

Dios

Yo he intentado contactarme con Dios a lo largo de mi vida, de varias formas. Estudiando, orando, actuando, amando. Preguntándole, de varias maneras, cómo podría llegar a Él o a Ella, pues la llamé y aún la llamo, muchas veces, de Divina Madre. Jesús, San Francisco, mi madre que ya se fue, mi tío muy querido, los llamo en oración o los invoco, los evoco. Y hoy muchas veces encuentro que talvez mi forma de creer o de conectarme con Dios, haya cambiado. No he dejado de creer, pero talvez hoy vea más a Dios en lo que me rodea, en el orden y la maravilla de estar vivo, que para mí es lo más sorprendente. Me siento incluído en el orden de la realidad, y eso es como estar en Dios, estar contenido en la Divina Madre.

sábado, 3 de dezembro de 2011

Sentidos

Oigo la lluvia cayendo en el patio, y es inevitable. Como en tantas otras oportunidades, viene a la memoria la canción Beatle respectiva: Rain, en este caso. Un perro ladra a lo lejos. La literatura deshace la falsa objetividad creada por el intelectualismo. El arte, podríamos decir. Pero no cualquer arte. Hay un arte que sí, que deshace la falsa objetividad creada por el intelectualismo. Y es ese arte que al romper con esa apariencia hueca, te muestra lo que está, lo que es. En estos últimos años, me hedicado a leer bastante. Cronin, Cortázar, Borges, Fernando Pessoa, José Saramago. Y entonces piuedo decir, sí que sé de que´está hablando Cortázar al decir que la literatura borra esa fasa objetividad creada por el intelectualismo. La falsa objetividad que te hace no ver a tu hijo que está ahí o a tu hija o a tu padre o a tu amigo o tu cara en el espejo o las hojas de las plantas o la tierra o la lluvia o las nubes o u río o na piedar o lo que sea, sino su copia, una copia guardada en el cerebro y que, como el mismo Cortázar dice en las Historias de Cronopios y de Famas, acepta taimadamente el nombre de piedra, amigo, hijo, nube, lo que esté allí delante tuyo y no ves pues la copia está ahí adelante. Pero a fuerza de literatura y de poesía, puedes haber ido descorriendo esa capa tansparente que recubre, y de pronto empiezas a ver a las cosas. Empiezas a ver la acequia y el verdulero, el melón y las ciruelas. Oyes la voz de tu esposa por teléfono y ahora es la voz de ella, sí, y no na copia, no la falsa objetividad creada por el intelectualismo pero sí la voz en sí, la voz de ella que te entra por el oído y anda por dentro tuyo. Y entonces el perro que ladra ahora a lo lejos, y la lluvia que ya paró, y el ruido de las hojas de la parra en el patio, son ya como que algo vivo aunque se puedan haber ido apagando de a poco, aunque puedan haberse ido yendo de a poco o del todo de tu campo perceptivo, de sus sentidos. Hoy pensaba que somos más vale sentidos. Una percepción amplia y diversa, compleja, en la cual el Universo se reúne. Todo lo que existe está en tí, en mí, en cada cosa que es capaz de percibir. Y esta tarde, como confirmando la cosa, tuve algunas percepciones fuera de lo común, como que unas figuras distintas de las que acostumbro crear con la imaginación. Esto es muy lindo, pues es como si de repente el Universo se fuera mostrando a uno de maneras diferentes de las comunes. Ahora sopla el viento en las hojas de la parra. Estos días atrás, ayer talvez, al leer un relato de García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, fue como si empezara otra vez a despegarse esa película que encubre todo lo real, todo lo dado, lo que está ahí. Y entonces comprendí verdaderamente el significado de la frase de Cortázar. Es muy lindo, pues la vida se renueva de una manera tan simple y tan sencilla, tan buena, si podemos decirlo así, pues está al alcance de todo el mundo, o al menos, deberia estar al alcance de toda persona humana, pues todas las personas deberian ser capaces de leer. No sólo leer libros, sino al mundo y a sí mismas en el mundo, ¿no te parece? Y al terminar estas notas, si es que estas notas pueden ser terminadas o contnúan mientras se sigue escribiendo y leyendo la vida, si estás de hecho leyendo y escribiendo tu vida en el tejido del Cosmos, todas estas cosas pueden llegar a tener sentido para vos. ¿No cierto?

sexta-feira, 18 de novembro de 2011

Evocación

Hay unos días en que andas como que buscándote. Buscando algo de ti en el mundo interno y en el externo. Miras las estrellas y las nubes, las plantas. Oyes los pájaros y el viento. Tratas de descubrir ecos de ti en la gente que anda por ahí cerca, en las voces, los recuerdos, las saudades. Hay veces que se te figura este tu estar en el mundo, una como que evocación de algo muy vasto e inmenso, algo que se extiende hasta los confines del Universo, algo que pulsa. Pulsas, y en esa pulsación la respiración de todo lo que existe es tu propio respirar. La vida pasada presente y futura, son una sola cosa, una sola diástole y sístole. Eres tú respirando, el Universo.

sábado, 12 de novembro de 2011

Eso que está ahí

Estaba pensando que cada uno de nosotros tiene su propio tiempo, cada uno de nosotros es de una manera particular y única, que no se repite. Me gustaría referirme en primer lugar a lo del tiempo, el tiempo de cada uno, y después a la singularidad, al carácter único de cada uno de nosotros, de cada ser humano. No creo que pueda mantener las cosas separadas por mucho tiempo, pues están tan imbricadas, tan estrechamente entrelazadas una con la otra, o una a la otra. Yo tengo mi propio tiempo, y el mundo alrededor tiene otro tiempo. Si yo no me doy mi propio tiempo, si vivo más pendiente de lo que los demás hacen o dicen o piensa o creen que yo debería hacer, dejo de ser yo, me voy perdiendo. ¿Ves como las cosas están tan relacionadas? Y tal vez ahí esté el meollo de la cosa. Si todo está tan relacionado, puede estarlo a un punto en que tan estrecho relacionamiento se me vuelva en contra, me vaya sofocando y sacando la identidad. Ahora por ejemplo venía de la cocina, a escribir lo que estás leyendo. En ese trayecto, me acordé de Swami Vivekananda, mejor dicho, me acordé del tono, del modo como pronunciaba sus palabras a sus oyentes y lectores. Era algo así, un tono parecido, el que se me venía ahora como el que iría a usar para decir estas cosas. Ninguno de nosotros es igual a otra persona cualquiera. Cada uno de nosotros es alguien singular. Y al mismo tiempo, está uno tan relacionado con todos los demás, con todo lo demás, que es difícil trazar una frontera, una línea que delimite. Por ejemplo, alguien dice algo que me disgusta, inadecuado, desagradable. Está de moda lo de Miguel Angel Ruiz, el autor de Los cuatro acuerdos: no lo tomes personalmente. Pero ¿cómo no tomarlo personalmente si me lo dijo a mí? Si contextualizo, si pongo lo escuchado en su trama relacional, me doy cuenta de que es otra cosa, no fue dicho para ofenderme, sino por algún motivo o por un modo de ser de la otra persona, una especie de automatismo o actuar mecánico, un modo aleatorio de decir lo que le viene a la cabeza. Entonces comprendo lo de no tomarlo personalmente. Pero lo tuve que encuadrar o encajar a mi modo, de acuerdo a mi manera de encajar o de comprender las cosas. No porque lo dijo Miguel Angel Ruiz, sino porque puse lo que escuché y me hizo mal, en su contexto. Entonces se disuelve, no era para mí. No puedo vivir tan pendiente del qué dirán, que deje de vivir. Trato de privilegiar el lado de acá, mi voluntad, mi querer, mi intención. ¿Qué quiero? Ese es el foco, o trato de que sea. No siempre lo consigo, pero intento. Si vivo más consciente, si estoy cada vez más dentro de la singularidad única de mi propio ser y de mi propia manera de ser o de mis propias maneras de ser (pues todos tenemos más de una, varias maneras de ser), veré que lo que yo soy, esa singularidad única que soy yo, no se repite. Aprender a vivir en paz, pleno, del modo como cada uno de nosotros es, no es fácil. Nos enseñan a tratar de parecernos a alguien, a tratar de ser diferentes de lo que somos. Normosis. Tenés que agradar. Tenés que ser como no sé quién. Y así nos vamos extrañando de nosotros mismos. Pero se puede volver, y de hecho se vuelve. Dialéctica. Uno se extraña pero se recupera. Es un vai ven. No sé si dije aquí algo que te pueda parecer valioso, pero precisaba decirlo. Uno va jugando con las palabras, del lado de allá alguien lee, de este lado alguien escribe. Y el mensaje, como decía Julio Cortázar anoche en La vuelta al día en 80 mundos, el mensaje y el mensajero son una sola y la misma cosa. Lo que digo es lo que soy, si sé hacerlo, si sé trabajar la palabra como algo vivo, no sólo como medio sino como fin. El poeta o el literato tienden a eso. A ser la palabra la cosa. Y a ser el mensajero el mensaje. Pero no en el sentido de alguien que transmite alguna cosa diferente de sí, alguien que transporta una carta de un lugar donde fue escrita a un lugar donde es leída. Y sí en el sentido de que yo soy el mensaje, yo soy la palabra, yo soy lo que es dicho, y al mismo tiempo, yo soy la comprensión de lo que es dicho, de lo que es recibido y transmitido. Todo esto son tentativas, intentos de traer al papel algo que se nos escapa, algo que está siempre un poco más allá o más acá, pero que tratamos de traerlo y ponerlo en una hoja. Creo que escribir es un poco esto, o vivir es un poco esto, intentar traer algo que se nos aparece como tan obvio, pero que al intentar transmitirlo de repente se transforma en otra cosa, deja de ser lo que nos parecía tan claro, y se muestra de otra manera. Pero ese es el juego, al menos, me parece que ese es el juego de la literatura, el juego del lenguaje, de la interacción entre lector y escritor. Mientras venía a la máquina a tratar de poner estas cosas por escrito, como que veía el lugar de esto, de esto que está aquí, de estas líneas que de algún modo han conseguido decir lo que quería, lo que tenía en mente en ese momento. Aunque la tentativa sea precaria, nunca del todo acabada, hay que intentarlo, pues en esas tentativas, se acorta la distancia entre lo dicho y lo oído, entre la palabra y la cosa, hasta que palabra y cosa sean una sola cosa, como ahora, en que soy lo que escribo, soy lo que lees, soy el que lee y escribe y soy el escrito y lo comprendido y sentido.

sexta-feira, 4 de novembro de 2011

El poeta y la realidad

La literatura repone el orden de la realidad. Esto es una verdad, pues cuando lees, ves el mundo como lo ves, como lo veías cuando eras chico, como puede ser visto cuando no se piensa, cuando simplemente se está en él viviéndolo. Un poeta no interpreta la realidad, la vive. El poeta no está en la realidad, es la realidad, es real. Esto lo descubrí después de haber estado meditando mucho sobre una frase de Julio Cortázar en “La vuelta al día en 80 mundos”, donde dice que la literatura destruye la falsa objetividad creada por el intelectualismo, y después de haber empezado a leer “El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. Cuando leía este último libro, me fui dando cuenta de que lo que dice Cortázar es cierto, pero no lo noté como quien piensa en ello, sino simplemente porque al leer el libro de García Márquez, me fui metiendo en la narrativa, en la hoja, al punto de haber perdido la nocíón de que estaba leyendo, estaba allí, era la narrativa, era la hoja.