domingo, 6 de junho de 2010

Caminos de unidad

Existe una profunda convergencia entre la meditación, la desalienación, el placer, el arte, y otras prácticas sociales en que la persona vuelve a ser ella misma.

Entre estas últimas, la terapia comunitaria, que es un espacio de escucha activa de si mismo, en que uno se descubre en el otro, en los otros. Hay un reconocimiento mutuo, se pierde la sensación de separatividad y aislamiento, y se recupera la sensación y la experiencia de unidad. Por un lado, Jung con su abordaje del inconsciente colectivo, por otro lado, las experiencias de meditación como vivenciadas por Jesús, Gandhi, Ramakrishna, San Francisco de Asís.

Uno y otro camino llevan a lo mismo, a la vivencia de la unidad, a una experiencia de que todo está unido, de que formamos parte de la totalidad. Entonces el concepto de Dios no es una entelequia abstacta.

Cuando la persona se descubre parte del todo, o mejor dicho, cuando ella recuerda, vivencialmente, experimentalmente, que ella es parte de la totalidad, toda su vida cambia, para mejor. Deja de sufrir por cosas que antes la afligían, como las sensaciones de pérdida de sentido y vacío existencial, que empujan millares de personas por todo el mundo, a cosas como el consumismo, la drogadicción, la depresión, el suicidio, la anomia, la alienación.

Días atrás, leyendo un libro de Hermann Hesse, reflexionaba sobre lo que el escritor decía sobre su experiencia espiritual. Dice el autor que él podía vivir sin instituciones religiosas, pero no podía vivir sin fe. Rastreando las fuentes cristianas e hinduistas de su experiencia, Hermann Hesse menciona la preocupación insistente, casi obsesiva, del hinduismo con la unidad.

De hecho, el hinduismo, al igual que el mensaje de Jesús (Yo y el padre somos uno), rompe con la disociación, afirmando la unidad. Tú eres Aquello (Tat Tvam Asi). La persona no tiene que transformarse en Dios, ella es Dios. Esta afirmación de radical unidad es revolucionaria, si se piensa que vivimos en un sistema que vive de la separatividad, de la disociación, de la exclusión, del no-reconocimiento de sí, de la anomia y la alienación.

En efecto, el sistema capitalista es eso: la afirmación de la divergencia, mientras que la vida, al contrario, llama a la convergencia. Por eso se dice que el capitalismo es un sistema intrínsecamente perverso. Invierte la realidad, muestra la apariencia y esconde la esencia. Rompe la unidad, crea pedazos, fragmentos de personas, fragmentos de vida. El arte y el placer, por otro lado, son también caminos hacia la unidad. Estas breves anotaciones no pretenden ser más que eso, esbozos de lo que se siente y se vive en busca de la unidad.

Cada uno es un camino hacia sí mismo, y todos, en conjunto, somos caminos de retorno de una humanidad que se pierde en la mercantilización y el utilitarismo, en el objetivismo y la cosificación, y se reencuentra en la solidaridad y en las prácticas de fraternidad. No se necesitan nuevos discursos, nuevas teorías o interpretaciones, sino nuevas experiencias, para ser feliz.

La felicidad está al alcance de la mano, en realidad, en las manos de cada persona, y de la humanidad como conjunto. Consiste en ser uno quien es, y esto se aplica a cada individuo, y a la sociedad, o a las comunidades como la familia, los grupos religiosos o de otra índole. La identidad refleja lo que uno es, y eso se aplica a lo personal y a lo colectivo. La identidad se pierde cuando lo esencial se confunde con lo aparente, y toda disociación es oriunda de la pérdida del sentido original de pertenencia.

El individuo cuando se redescubre vinculado al todo, parte de la comunidad y de la historia, del tiempo y de la vida, se recupera de todos sus males.

Vuelve a ser feliz, con esa felicidad original que se tiene de niño, antes de que los traumas empiecen a hacer llorar a ese niño o niña que, en al vida adulta, somos obligados a traer de vuelta, pues es nuestro primer maestro. Es quien conoce el camino de regreso: el placer, la alegría, la simplicidad, la confianza, la despreocupación. Todos los caminos conducen a Roma, podríamos decir, a título de conclusión provisoria de estas reflexiones. Y los caminos son muchos, tantos cuantas personas hay o hubo en el mundo, pues la continuidad de la vida muestra la conexión indestructible de todo lo que es, lo que fue, y lo que será.

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