quarta-feira, 24 de outubro de 2012

Fluyendo

Esta mañana caminaba por la playa y pensaba en varias cosas, como de costumbre. Una cierta tranquilidad había en el ambiente. No sé por qué caminos, de repente me encontré reflexionando sobre el perfeccionismo, sobre la exigencia interior de hacer siempre todas las cosas bien, de elegir siempre lo correcto, de nunca equivocarme. Me di cuenta de que es imposibe hacer siempre todas las cosas bien, no equivocarse, estar siempre correcto. La vida es un juego, son intentos, tentativas. A veces uno acierta, otras no. Pero no es por allí por donde quería ir. Lo que quería decir, tanto que lo estoy diciendo, es que me vino un alivio bárbaro al darme cuenta de que no debo forzarme a lo imposible. No debo obligarme a nada. O sea, hay cosas obligatorias, pero la vida en sí no es una obligación. Días atrás reflexionaba sobre algo parecido: la noción de deuda, de estar siempre debiendo. Le debés esto a tus padres, esto a tu mujer, aquello otro a tus amigos, lo de más allá a tus hijos, a tus colegas, a tu país. Yo no le debo nada a nadie. Esto lo tengo muy en claro. No le debo nada a nadie, y si no le debo nada a nadie, sino lo elemental, que es el respeto que todos nos debemos unos a los otros y los otros a los unos (pues es recíproco, ¿no cierto?), entonces soy libre, al menos en esencia, en potencia. Hay un sentimiento de agradecimiento, eso sí, pero el agradecimiento no obliga, ¿te das cuenta? El agradecimiento es gratuito, ¿te fijás? No crea obligaciones. Al contrario, nos suelta, nos une. Estas cosas las comparto porque creo que a todos nos pasa, de una manera o de otra. Y al soltarlas, se van yendo, se va alfojando lo que aprisiona.

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