domingo, 28 de outubro de 2012

Los colores son lugares

Esto podrá parecerle extraño a algunas personas. Pero los colores son lugares, verdaderamente. Pensá en el color naranja, por ejemplo. Recordá lo que has visto de anaranjado en tu vida. Aquellas naranjas en la casa de tus abuelas. Los jugos de naranja que tomaste en algunas terminales de ómnibus, em Buenso Aires, en algunos bares o lanchonetes de São Paulo. Los hábitos de los monjes budistas. El arco-íris, en aquella faja que separa el rojo del amarillo. El naranja es una sensación, es una vibración. Es un lugar. Un lugar te contiene, te acoge, te recibe. Puedes estar allí, en esse sitio, en paz. Si tienes memoria de los colores, podrás ir recuperando una visión de solidez de tu vida. Tu vida como algo consistente, como algo unitario, unificado, sin partes. Una totalidad. Puedes recordar el amarillo, y entonces volverás a recuperar la sensación de aquellos caminos por donde andabas en bicicleta cuando joven. Los cielos del mediodía. Aquel sol tajante. Las siestas en Mendoza. El viaje a Conceição. Recuerdas el solor rosado. Las rosas del jardín de mamá. Las rosas del rosedal. Las chicas de la facultad. Verde. El parque, las matas de Santa Rosa. El bosque de la Bica. Rojo, las luchas en las calles. Negro, la noche. Azul, el cielo, el mar a la tarde. Marrón, los álamos, los carolinos, los robles, los nogales, los pinos, la tierra. Colores son lugares.

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