A veces los colores
nos llaman de un modo muy peculiar. Su modo. El modo de cada color.
Ahora el lila. Un lila amarillo. Un morado azul celeste. Los veía
por la ventana del gimnasio esta mañana. Los jacarandás. Las
primaveras o santa-ritas, o trinitarias. O entonces ahora un azul
blanco; rojo amarillo, de un cuadro que hice y que está en mi casa
en João Pessoa. Otro de un rojo morado. Naranja amarillo. Verde de
dos tonos. Verde hoja y verde musgo. Cada color es un sentimiento. He
estado estos días pasados, y aún hoy, con el color violeta, lila,
celeste. Celestinas, unas flores que mi padre tenía en el patio del
fondo de su casa. Ahora todos estos colores. Cada uno, cada color y
su par. Todos estos pares de colores, son también la presencia de mi
madre y de mi abuela. Mis abuelos son otros colores. Colores de
campo. Verde ceniza. Los colores vienen en pares. Son pares de
colores. Ayer estuve con mis hijos e hijas. Fin de semana que se fue
adentrando por el lunes. Amarillo naranja. Amarillo naranja son
familia. Ahora mis dos hermanos también están aquí. Recuerdo
tiempos pasados. El pasado se presenta en colores. Sólo el ver la
palabra colores, ya me trae tiempos pasados. Recuerdo paseos con mi
esposa y compañera, por las calles y parques, por las plazas de
Santiago de Chile y Buenos Aires, Mendoza y Paraná, Reconquista y
Rosario, Posadas y Tarija, en Bolivia. Carabobo, en Venezuela. Tantos
lugares. Todos colores. Ahora, esta tarde de noviembre, vienen a mí
todos estos colores. El marrón de las palmeras y de los troncos en
el parque y también en Padcaya, Bolivia. Uno puede vivir en colores.
El color es un lugar que acoge. Uno puede ser color, y allí estar en
paz, tranquilo. Personas muy queridas que no he nombrado, y que
también viven en mi corazón, están también aquí, en esta
evocación cromática. Mis tíos. Algunos amigos que ya se han ido.
El Padre José Comblin y Dom Fragoso.
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