Aquí puedo venir cada vez que la vida me
destruya. Y por Dios que no han sido pocas estas ocasiones. Ya he escrito tanto
y de tal manera, que es ya casi como si las palabras me escribieran. Aquí me he
ido rehaciendo. Me he venido recuperando, y lo sigo haciendo. En este juego de
reflejos en el que de a poco y de a mucho, me voy teniendo de vuelta. Aquí es
como si entrara en un país quieto y tranquilo. Un lugar de paz. Plantas, flores
y montañas. Y un río que baja cantando. La voz de ella cantando en mi pecho. Y
las nieves eternas. Atravesando la cordillera hacia Chile y hacia Mendoza. Ya
tantos caminos, que hemos ido cosiendo nuestra América Latina al mismo tiempo que
vamos cosiendo nuestras heridas internas. Tantos lugares, tanta gente querida,
tantos momentos de encuentro. Refuerzo de vínculos. A veces cierro los ojos, o
aún con los ojos abiertos, y me dejo ir hacia toda esta gente querida de la Terapia
Comunitaria Integrativa, mi familia y mis amigos, los colegas y las colegas del
trabajo voluntario que he ido encontrando en todas estas jornadas de gente que
se busca a sí misma colectiva, comunitariamente. João Pessoa, Lagoa Seca, Sousa,
Brejo das Freiras. Montevideo, Paysandú, Uruguay. Misiones, Posadas. Paraná,
Entre Rios, Valle María. Reconquista, Santa Fé, y Godoy Cruz, Mendoza,
Argentina. Brasilia, Distrito Federal; Coxipó do Ouro, Mato Grosso. Emborozú y
Tarija, Bolivia. Ya se ha ido recomponiendo el mapa interno y se sigue
recomponiendo. Es una actividad continua. Pero sobre todo, tengo mis escritos.
Las Ocas do Indio, Ceará. Mis colores, mis libros. Todo este mundo de afectos
de que estoy hecho. Aquí puedo venir cada vez que la vida me destruya.
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