sexta-feira, 28 de setembro de 2012

Lectura incompleta

Había decidido que terminaría de leer todos los libros que había dejado de leer por la mitad, o al comienzo, no importa en qué parte. La lista no era pequeña. La balsa de piedra, de José Saramago, Casi un objeto, también de José Saramago, La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, La mala hora, de Gabriel García Márquez. ¿Y si me pusiera a leerlos de a poco, uno tras otro, hasta terminar? Habría que agregar otros cuya inconclusión no se le había olvidado pero que, sin embargo, le parecía normal que no los hubiera terminado de leer. Eran: Salvo el crepúsculo, de Julio Cortázar, Poesías de amor, de José Martí, La poesía española del siglo de oro, la Antología personal de Jorge Luis Borges. Pero por qué tendría que terminarlos de leer, pensó. ¿No sería una especie de auto-castigo injustificable y desde todo punto de vista no recomendable? Se acordó entonces de los libros de Henry James que tampoco había terminado de leer: Outra volta do parafuso, Os papéis de Aspern, A fera na selva. Entonces le vino a la cabeza el siguiente pensamiento. No los voy a terminar de leer y se acabó. Al final, me gusta dejar esas puertas abiertas. Libros incompletamente leídos son como avenidas abiertas a lo desconocido. Son como lugares a los cuales hemos sido invitados a visitar, y que por algún motivo aún nos están llamando, o no.

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