segunda-feira, 7 de dezembro de 2015

Caminando

Una de esas tardes de un verano que parece querer estar llegando a aproximarse, desde adentro de una primavera atípica. Sin nada que hacer, uno se ocupa de algunas de esas atividades placenteras con las que nos acostumbramos a entretenernos. Pintar, leer. Colores. Texturas. Rojo y amarillo. Un azul sobre rojo. Una flor que me acompaña. Una zinnia. Violeta. Amarillo. ¡Cómo los colores son buena compañía!  Y un libro de Cronin que ayer empecé a continuar leyendo. O jovem trovador. De esa manera distraída como me gusta leer. Leer como quien se deja llevar por esa puerta que está ahí, abierta, y nos lleva a mundos mágicos maravillosos. Cronin tiene, en particular, la virtud de abrir esos espacios acogedores en los que me distraigo de tanta cosa trivial que quieren que uno piense y sienta. Me siento más yo en estos lugares. Más gente. Más humano, cuando pinto y cuando leo. No son pinturas para exposiciones o galerías. No tienen valor de mercado. Son cosas que hago para sentirme bien, punto. Me siento bien, como dice aquella canción de Los Beatles. I feel fine. Las canciones de Los Beatles vienen de pronto como una especie de reserva emocional. Una reserva que viene desde un tiempo que parece que hubiera quedado sepultado por el tiempo actual, pero está allí, y renace. Rebrota.  Esa es la grandeza de estos jóvenes de ayer, que vuelven y vuelven una y otra vez, como si nunca se hubieran ido. Y también está Van Gogh, el inigualable. Admirabilísimo colorista. Vuelve con sus amarillos. Y ahora ya a esta altura del campeonato, en esta tarde calurosa mendocina, cuando los pájaros y sus cantos. Cuando los recuerdos que van y vienen con su vida propia. Cuando algunas figuras muy queridas, como la de mi madre. Y esto de estar todavía aquí, todavía vivo. Insistiendo en los viejos sueños que me animaron cuando joven. Sueños que tanta gente llevó adelante, perfeccionó, dándoles raíces y rostros concretos. Uno se suma a una marea de gente que no se dobla, que sigue de pie, construyendo, dándose las manos. Sembrando y cosechando esperanza. Y en este instante real y verdadeiro en que escribo estas cosas, para echarlas al viento, sabiendo que capaz que encuentren tus ojos o tus anteojos. Y entonces sepas, como sé yo ahora, que nada se perdió. Y que si aquellas cicatrices que una y otra vez nos dan señales, y que nos recuerdan que hubo un tiempo en el que nuestras vidas valían muy poco, sin estas cicatrices no sabría quién soy yo. No me tendría por gente. No sabría quién es que está escribiendo estas cosas ahora, en esta maquinita luminosa que se ha hecho compañera inseparable de tantas personas en este mundo. Y entonces saber que es de esos cortes, de estas heridas que parece que nunca van a terminar de cicatrizar, es de allí mismo, de esos miedos que te asaltan a cualquier hora, como sin motivo, pero tú sabes, tú recuerdas. De allí viene la luz. Una luz que te señala el camino, y te vas. Vas por allí. Como tanta gente va, señalado su rumbo por dolores que se transformaron en señales para el caminar.

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