Saber que eres esta tierra que te acoge. Te enraizaste en esta
ciudad, en esta región. Hiciste tuyo este paisaje, este clima, esta gente.
Extranjero nunca más, no aquí, no ahora. Nunca aquí, en esta João Pessoa donde
me hice y me deschice ya tantas veces. Ando por aquí con la secreta sensación
de que me voy diluyendo en este mundo que me envuelve y me incluye. Mis raíces
se hunden cada vez más en este pedazo de tierra donde tal vez un día me una para
siempre con todo lo que existe. Hasta ese momento, lo de siempre. Lo de todos
los días. Ir llegando, cada vez más aquí. Llegando y apartándonos. El juego de
la vida. El movimiento de la vida. Y ahora ya hasta parece que estuviera otra vez
en 1977. Llegando a una nueva tierra que me recibe y donde decido plantarme. Pero
han pasado ya casi 40 años. El tiempo pasa y no pasa. Pasa y vuelve. A veces me
parece que nunca hubiera pasado nada. En algún sentido, es así. No pasó nada de
lo que sabemos que pasó. Pasó y pasó, y ojalá que nunca más pase en ningún lugar
del mundo. Y ahora ya esta tarde. Este calor paraibano nordestino pessoense. Y
entonces el niño que fui es el niño que es. Juega y juega sin importarle nada.
Solamente me dejo estar. Simplemente estar. Como si hubiera llegado a la Tierra
Prometida, donde siempre brilla el sol. Y en algún sentido siento que es así.
Hay un lugar del mundo que nos es destinado. No puedo dejar de expresar el sentimento
de agradecimiento que tengo hacia tantas personas a quienes debo partes
importantes de mi ser. Me he ido haciendo en este amasarme que es la vida, creo
que esto es así con todos. Y ahora ya en este momento, en esta especie de
espacio vacío, esta grieta que separa un año del otro, una posibilidad.
Renacer.
Nenhum comentário:
Postar um comentário