Y esto, que podría
parecer algo meramente negativo, no lo es, en absoluto. No es negativo no hacer
nada escribiendo, pues es un no hacer nada constructivo. Escribir es una forma
de no hacer nada que, al mismo tiempo, abre un espacio para una existencia más
armoniosa. No sé si esto puede resultar
claro para quien pueda estar leyendo, pero para mí sí es claro. Y diré por qué:
cuando escribo, me unifico con la parte más grande de mi ser. Aquella parte
ilimitada que existe en cada persona. Esta es la parte mía que se asoma cuando
escribo. Y lo hace muchas veces en medio de descripciones de hechos banales, de
todos los días. Describo un paseo por el rosedal o por el parque. Una escena
vista en una plaza. Un sentimiento sentido al mirar unos álamos. Y al anotar
estas cosas simples, el tiempo se va fijando. Al no haber una intencionalidad definida,
orientada a resultados, la vida se revela. El mundo viene. Lo que hay de eterno
en lo efímero, se muestra, se manifiesta.
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