De repente algo necesita venir a la hoja. Algo quiere ser
dicho. Tengo la impresión de que muchas veces, escribir es una forma de poner
las cosas en su lugar. Y entre las cosas que ocupan su lugar cuando uno escribe,
está uno mismo. Estoy yo mismo, en medio de aquello que se ubica al escribir.
De tanto escribir, es como si este hacer y el ser que soy, hubiera una identidad.
Soy lo que escribo. Hace un ratito, me di cuenta de que hay un texto básico, un
lenguaje elemental, que compone todo lo que existe.
Todo lo que hay está hecho
de signos, letras. En esto se fundamenta la posibilidad de la eternidad. Uno
puede llegar a la inmortalidad a través de palabras. Poesía, fe, están emparentadas. "Todo aquél que cree en mí y pone en práctica mis palabras-- decía Jesús-- no
morirá, sino alcanzará la vida eterna." Yo puedo inmortalizarme si vivo esta verdad,
si verdaderamente creo que Jesús murió para salvar a la humanidad, redimirla de
sus faltas o pecados, e instaurar el Reino de Dios. Esto sería vivir en la
Gracia, el tempo de Dios. En ese tiempo, no existe la muerte, hay una continuidad.
Hay un vivir en lo que no muere. Lo que no muere es el amor. Jesús nos exhorta
a que vivamos en el amor, a que seamos amor. Esta es uma posibilidad que el
Evangelio presenta. Es una invitación que puede ser aceptada. Yo puedo vivir en
el amor, que es confianza, y entonces vivir en lo que no muere. Me inmortalizo
por el amor. Esta posibilidad está dada. También puedo llegar a esta vivencia
de lo eterno, por la poesía. La poesía es la constatación de que existe una unidad
básica y elemental, en todo lo que existe. Esta unidad puede ser alcanzada a
través del lenguaje, que capta la belleza y la plasma.
La poesía ve lo bello
del mundo y lo inmortaliza en la expresión artística. El poeta es aquella
persona que vive en la belleza, vive en la unidad del mundo. El camino de lo
poético está abierto a todas las personas. Yo puedo adentrarme en esta
frecuencia de lo eterno, si contacto aquello que en mí mismo y en el mundo
alrededor, no muere. Este vivir en lo inmortal está dando en nuestra condición
de niños. El rescate de esta condición infantil, es la base de la posibilidad
de la recuperación de ese vivir en lo que no muere.
Cuando somos niños, vivimos
en una certeza implícita, no dicha, de que todo es confiable. No hay motivo
para temer. La muerte no es el horizonte. El miedo no está presente, al menos
no como un dato básico que pueda llegar a cancelar la confiabilidad en que
vivo, como niño. Puede haber, y de hecho hay, experiencias infantiles de dolor
o pérdida, agresión, que pueden llegar a hacer tambalear esta fe básica, esta
confianza elemental que necesitamos reencontrar como adultos, para recuperar
nuestra paz interior, nuestra certeza íntima de que es posible vivir sin miedo.
Es posible vivir confiando. Es posible vivir con alegría. Es posible ser feliz.
En algún rincón de nuestra conciencia, permanece el dato básico que nos hermana
con todo lo que existe, y que puede ser recuperado cuando somos adultos. En algún
lugar de nosotros mismos, permanece la identidad con la unidad del universo, la
certeza física de nuestra unidad con el cosmos, con todo lo que existe. En esto
se fundamenta la posibilidad de que podamos de verdad, llegar a ser felices, a
vivir en paz, no importa qué pase a nuestro alrededor, o qué haya pasado en algún
momento traumático de nuestra existencia.
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