terça-feira, 7 de abril de 2015

Identidad

De repente algo necesita venir a la hoja. Algo quiere ser dicho. Tengo la impresión de que muchas veces, escribir es una forma de poner las cosas en su lugar. Y entre las cosas que ocupan su lugar cuando uno escribe, está uno mismo. Estoy yo mismo, en medio de aquello que se ubica al escribir. De tanto escribir, es como si este hacer y el ser que soy, hubiera una identidad. Soy lo que escribo. Hace un ratito, me di cuenta de que hay un texto básico, un lenguaje elemental, que compone todo lo que existe. 

Todo lo que hay está hecho de signos, letras. En esto se fundamenta la posibilidad de la eternidad. Uno puede llegar a la inmortalidad a través de palabras. Poesía, fe, están emparentadas. "Todo aquél que cree en mí y pone en práctica mis palabras-- decía Jesús-- no morirá, sino alcanzará la vida eterna." Yo puedo inmortalizarme si vivo esta verdad, si verdaderamente creo que Jesús murió para salvar a la humanidad, redimirla de sus faltas o pecados, e instaurar el Reino de Dios. Esto sería vivir en la Gracia, el tempo de Dios. En ese tiempo, no existe la muerte, hay una continuidad. 

Hay un vivir en lo que no muere. Lo que no muere es el amor. Jesús nos exhorta a que vivamos en el amor, a que seamos amor. Esta es uma posibilidad que el Evangelio presenta. Es una invitación que puede ser aceptada. Yo puedo vivir en el amor, que es confianza, y entonces vivir en lo que no muere. Me inmortalizo por el amor. Esta posibilidad está dada. También puedo llegar a esta vivencia de lo eterno, por la poesía. La poesía es la constatación de que existe una unidad básica y elemental, en todo lo que existe. Esta unidad puede ser alcanzada a través del lenguaje, que capta la belleza y la plasma. 

La poesía ve lo bello del mundo y lo inmortaliza en la expresión artística. El poeta es aquella persona que vive en la belleza, vive en la unidad del mundo. El camino de lo poético está abierto a todas las personas. Yo puedo adentrarme en esta frecuencia de lo eterno, si contacto aquello que en mí mismo y en el mundo alrededor, no muere. Este vivir en lo inmortal está dando en nuestra condición de niños. El rescate de esta condición infantil, es la base de la posibilidad de la recuperación de ese vivir en lo que no muere. 

Cuando somos niños, vivimos en una certeza implícita, no dicha, de que todo es confiable. No hay motivo para temer. La muerte no es el horizonte. El miedo no está presente, al menos no como un dato básico que pueda llegar a cancelar la confiabilidad en que vivo, como niño. Puede haber, y de hecho hay, experiencias infantiles de dolor o pérdida, agresión, que pueden llegar a hacer tambalear esta fe básica, esta confianza elemental que necesitamos reencontrar como adultos, para recuperar nuestra paz interior, nuestra certeza íntima de que es posible vivir sin miedo. Es posible vivir confiando. Es posible vivir con alegría. Es posible ser feliz. 

En algún rincón de nuestra conciencia, permanece el dato básico que nos hermana con todo lo que existe, y que puede ser recuperado cuando somos adultos. En algún lugar de nosotros mismos, permanece la identidad con la unidad del universo, la certeza física de nuestra unidad con el cosmos, con todo lo que existe. En esto se fundamenta la posibilidad de que podamos de verdad, llegar a ser felices, a vivir en paz, no importa qué pase a nuestro alrededor, o qué haya pasado en algún momento traumático de nuestra existencia.

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