Sólo de pensar en poner
algunas letras sobre el papel, me daba una sensación de alivio. Tranqulidad.
Paz. Todo lo que estaba necesitando. ¿Sería esta otra noches sin dormir? Tal
vez. O con certeza. No dormir hasta haber completado la tarea de juntar el día,
las impresiones, las sensaciones y sentimientos. En todo caso, allá vamos. El
tic-tac del reloj me acompaña a esta hora. La casa está en silencio y la calle
también. Sólo se oye a lo lejos el rumor de un auto que pasa. De pronto son tantas
cosas. Una película que ví ayer, “Un poder más allá de la vida,” me parece que
se llamaba. Un deportista que se quiebra una pierna y sobrevive a las dificultades
interiores y exteriores que se le presentan para proseguir en su carrera. El
otoño en Mendoza, algo fuera de lo común, en su simplicidad y belleza. Es
difícil describir, pero vale la pena intentar. Es como andar dentro de un cuadro
de Van Gogh. Verdes y amarillos de distintas tonalidades. Las veredas adornadas
de hojas de oro y marrones, desparramadas por el viento. Y uno andando en ese ambiente
surreal. Es como volver a la infancia. La vecina de enfrente. El recuerdo de
los viejos amigos que todavía viven por aquí. El mercadito. El kiosko. Los ómnibus
con los mismos colores de cuando yo vivía aquí. La ciudad se ha hecho más turística, pero no
ha perdido su aire provinciano. Esa cosa de interior, que se mantiene. Otra de esas sensaciones que no sé si podré
describir con fidelidad. Las plazas con sus bebederos. Las mismas calles que
bajan hacia el centro, cubiertas de árboles añosos. Una especie de tiempo detenido.
Parece como si nunca me hubiera ido de aquí, en cierto sentido. Hoy miraba el
parral de la casa de mi padre, y me invadió una sensación de añoranza. Recordar
a mi madre y mis abuelas, que ya no están. Hace un rato leí algunoos libros.
Unos capítulos de mi Libertatura, que
me dieron una sensación de aquietamiento, que estaba necesitando. Verme en esos
relatos me dió al mismo tiempo la sorpresa que muchas veces sinto al ver lo que
he escrito, y también una tranquilidad de saber que en mi propio pozo está el
agua que he de beber. Esto es muy bueno. Leí
un capítulo de Eva Luna, de
Isabel Allende, y también un capítulo de La
otra orilla, de Julio Cortázar. Esto es lo que más me da plenitud. Verme en
ese mundo, saberme de ese mundo. Allí respiro realidad. Y ahora ya es casi como
que decir que estoy encontrando lo que buscaba al empezar a escribir estas
cosas. Los días están hechos de muchas cosas. Son como mosaicos. Cuando uno los
arma, puede decir que la tarea está cumplida.
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